Comentario
Elvira es el nombre dado por los musulmanes a la antigua ciudad romana de Iliberris. Desde la entrada de los musulmanes en Hispania, Elvira-Iliberris y los enclaves cercanos de Qastilla y Garnata comenzaron, especialmente a partir del siglo XI, cuando se instalaron en ella los ziríes, a constituir una gran ciudad, capital de un virreinato dependiente de Córdoba, hasta la disgregación del califato omeya, en que pasó a ser centro de uno de los reinos de taifas. Por Granada pasaron también almorávides y almohades y, en 1241, Muhammad I funda en Elvira y su territorio su propio reino.
A partir de entonces, el reino de Granada va adquiriendo mayor importancia. La caída de la otrora esplendorosa capital de los omeyas, Córdoba, y el avance general de la reconquista cristiana hacen que Granada y su territorio se conviertan en el último reducto musulmán en la península Ibérica.
La Granada de época nazarita, que así se llama la última dinastía reinante, ha atraído la atención de muchos curiosos, que veían en ella y sus monumentos un lugar paradisíaco, emplazada en un lugar de excepcional belleza -dominando una fértil vega, con Sierra Nevada a su espalda- donde sus pobladores se daban a una vida de ocio, cultivando a un tiempo el lujo, el refinamiento y la erudición. Esta visión, ya presente en textos de contemporáneos, se vio continuada por la labor de viajeros y aventureros románticos, que recreaban en sus obras una Granada embriagadoramente sensual y misteriosa. Y, sin duda, centro y origen de este orientalismo fue la Alhambra, el palacio de los reyes de Granada, una residencia pensada para el disfrute de los sentidos.
Granada era una gran ciudad en el siglo XV, rodeada por murallas y con un número indeterminado de puertas. En su interior, siguiendo a Caro Baroja en "Los moriscos del Reino de Granada", vivía una población "abigarrada, heterogénea, desconfiada". Organizada en barrios, muchas de sus calles eran oscuras y muy estrechas, pues las casas se arracimaban y juntaban hasta casi cerrar los pasos. Algunas de ellas, además, estaban en práctico abandono "ante la indiferencia de una clase rica avarienta y una plebe angustiada por la carestía de los víveres, lo desmesurado de los impuestos y la estrechez del ámbito familiar", continúa Caro, siguiendo a Ibn al Jatib.
Ciertamente la vida no debió resultar fácil en la Granada nazarita, pues la presión continua del enemigo castellano la hacía estar sometida al pago de tributos y a frecuentes incursiones de las tropas castellanas para capturar ganado y otros botines de guerra. Además, convertida en el último reducto musulmán, debieron llegar a ella multitud de pobladores expulsado por la reconquista, como los que se asentaron en el Albaicín hacia 1227, huyendo de las tomas de Baeza y Úbeda por Fernando III. Algunos autores calculan una población cercana a los 50.000 habitantes.
La ciudad de Granada fue conquistada por los Reyes Católicos en 1492, siendo empujado al exilio su último rey, Boabdil. En gran medida la población local musulmana permaneció en Granada, aunque se asentaron también conquistadores -que reclamaban participar de los beneficios de la conquista-, funcionarios civiles y eclesiásticos -que debían imponer un nuevo patrón cultural, esta vez cristiano-, y gentes con origen y objetivos diversos, atraídos por las noticias que llegaban acerca de las riquezas de la ciudad y el reino.
La ciudad se fue transformando poco a poco, convertida por los Reyes Católicos en una de sus más preciadas posesiones -no en vano el símbolo de la Granada fue incorporado a su escudo. Fruto del dominio cristiano surgieron diversos edificios a lo largo y ancho de la ciudad, como su Catedral, el Monasterio de la Cartuja o el Hospital Real, entre otros muchos.
La situación de coexistencia entre cristianos y musulmanes, no sin ciertos episodios problemáticos, se mantuvo hasta el reinado de Carlos I. Sin embargo, ya con Felipe II en el trono, la rebelión de los moriscos de las Alpujarras hizo que fuera decretada su expulsión, lo que motivó el inicio de una larga decadencia para la ciudad, al ser éste elemento étnico el principal motor de la riqueza de Granada y su territorio adyacente.